Imagínate esto:

Es un hermoso día soleado en Los Feliz. Estoy en una mesa al aire libre pidiendo el desayuno con uno de mis mejores amigos, Yimmy. Es un australiano de 1,90 m, muy amable. Levanto la vista y le veo sosteniendo el menú, con los ojos cerrados, chasqueando los labios.

"Señor, ¿está bien?"

No se mueve.

"He estado haciendo esto de cerrar los ojos y tratar de imaginarme probando mis opciones de comida antes de pedir. La mayoría de las veces, cambia por completo lo que pido porque lo hago por costumbre, no basándome en lo que realmente me haría feliz". 

Siempre pido dos huevos con salchicha, pero para seguirle la corriente, lo pruebo. Cierro los ojos e intento imaginarme que me meto un tenedor de huevo revuelto en la boca, y he aquí que me da asco. Estaba pidiendo lo mismo que había pedido desde niño, con el piloto automático. Huevos Rancheros, sin embargo, suena delicioso. Mi mente está alucinada.

Mi amigo pasó rápidamente de visualizar sus burritos, pero yo empecé a poner a Yimmy a prueba cada decisión que tomaba: "¿Quiero salir de casa esta noche?". "¿Me gusta esta camiseta?" "¿Me siento bien en esta habitación?". Descubrí con qué frecuencia tomaba decisiones que no estaban alineadas con la persona en la que me había convertido, y me dio un marco para mostrarme más honesta conmigo misma.

Pruébalo. Comprueba qué viejos hábitos llevas arrastrando.

-iO Wright, cofundador y director general de PostFire